El lobo estepario. Hermann Hesse

Lo leí de adolescente y, en aquel momento, pensé que era de esos libros que podían cambiarte la vida. Lo he vuelto a leer ahora, más de una década después, y me sigue causando la misma impresión. No he vuelto a leer nada que describa con tanta sencillez los conflictos que genera en algunas personas la lucha entre lo elevado y lo vulgar, los ideales y la mediocre realidad, lo que uno le quiere exigir a la vida y lo que la vida puede acabar siendo.

Harry Haller cree que tiene dos almas que conviven dentro de él. Una es un hombre burgués, que desea la compañía de los demás, los placeres pequeños y la seguridad de lo cotidiano. La otra es un lobo estepario, que desprecia de todo lo anterior, su vida de pequeñas seguridades,  sus placeres banales, sus conversaciones insulsas con los vecinos. Es un ser puro que vive para lo elevado, lo ideal y lo sublime. Un ser que quiere soledad, independencia y que rechaza una vida mediocre y cómoda. Ambos seres están en conflicto y le impiden ser feliz. Cuando Harry se comporta como un hombre burgués el lobo se ríe de él, de su falta de aspiraciones, de su debilidad y de su vulgaridad. Cuando Harry se comporta como un lobo, su parte humana echa de menos la compañía, el afecto, la seguridad de los demás. En el libro Harry debe aprender a combinar sus dos almas.

Dejo un fragmento que me ha gustado mucho:

¿Cómo no había yo de ser un lobo estepario y un pobre anacoreta en medio de un mundo, ninguno de cuyos fines comparto, ninguno de cuyos placeres me llama la atención? No puedo aguantar mucho tiempo ni en un teatro ni en un cine, apenas puedo leer un periódico, rara vez un libro moderno; no puedo comprender qué clase de placer y de alegría buscan los hombres en los hoteles y en los ferrocarriles totalmente llenos, en los cafés repletos de gente oyendo una música fastidiosa y pesada; en los bares y varietés de las elegantes ciudades lujosas, en las exposiciones universales, en las carreras, en las conferencias para los necesitados de ilustración, en los grandes lugares de deportes; no puedo entender ni compartir todos estos placeres, que a mí me serían desde luego asequibles y por los que tantos millares de personas se afanan y se agitan. 

Y lo que, por el contrario, me sucede a mí en las raras horas de placer, lo que para mí es delicia, suceso, elevación y éxtasis, eso no lo conoce, ni lo ama, ni lo busca el mundo más que si acaso en las novelas; en la vida, lo considera una locura. Y en efecto, si el mundo tiene razón, si esta música de los cafés, estas diversiones en masa, estos hombres americanos contentos con tan poco tienen razón, entonces soy yo el que no la tiene, entonces es verdad que estoy loco, entonces soy efectivamente el lobo estepario que tantas veces me he llamado, la bestia descarriada en un mundo que le es extraño e incomprensible, que ya no encuentra ni su hogar, ni su ambiente, ni su alimento.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida. Elvira Sastre

La sociedad del cansancio. Byung-Chul Han